La soledad de la puna, resulta ya un
emblema de generaciones muy antiguas, que se fueron sin dejar rastro y sus
frases ya muy escasas, sobreviven sin sentido, con casi ninguna significación.
Mayormente hace mucho que nadie piensa en ello, pero antes, podías ir a pie y
caminabas, por donde, desde hace milenios se anda con naturalidad. El
caminante, usaba cuando podía el trotar del caballo, a lomo de bestia, decían.
Parajes interminables en los que no existía nada de nada, que locura, se podía
pensar. Y un punto se convertía en una cabaña paupérrima, refugio para
viajeros, puesta a propósito para llegar algo antes que caiga la noche,
convertida en segundos, minutos, horas de inclemencia absoluta. No hace frío,
hay hielo., Los guían pretenden dormir afuera, a la intemperie, no es posible
eso, aceptan a regañadientes, uno se quedará para cuidar los caballos.
El nuevo día no trae sabor alguno,
solo proseguir por una misma ruta inacabable, carente de colorido. Hasta que
tres chocitas se convierten en un nuevo paradero y es posible que allí está el
quenista con su llama, de la vieja foto del gran Chambi que sirvió de modelo de
las antiguas estampillas, azules y verdes. Esperamos verlo, creíamos que ese era
su escenario de vida, porque comprendimos que estábamos vivos, cuando de una
olla de barro sacaban papas sancochadas, que devoramos sin cansancio. Los
caballos se quedaron y a seguir a pie, sin esperanzas de un destino mejor,
volver por el mismo camino, jamás.
En este último caminar, por la
soledad de la puna, solamente traía dos recuerdos, que no era posible volver a
comer papas sancochadas en agua de yerbas de monte y volver a esa cabaña de
pesadilla. De pronto vimos que ese páramo, terminaba en la nada, un espejismo
de aire. Y el rumor era que llegamos, la lógica señalaba que ibamos a bajar por
un precipicio. La tarde caía, había que apurarse. No existían fuerzas para
seguir caminando...a lo desconocido, llegó el momento en que puedes mirar de
arriba para abajo, todo se veía verde, con mucho marrón y bastante amarillo.
Nada de extraño eran las voces que anunciaban un pueblo, a un lado. Bajar no
era fácil, demasiado largo, serpenteando la montaña, te invitaba a correr,
tenías que frenar porque en más de un tramo tu cuerpo con las justas pasaba por
el camino y a unos centímetros estaba el precipicio.
Cada segundo el aire mejoraba y el
sol te caía a la cara renovándote de vida, a broncearte como si se estuviera en
la playa. Y en tierra firme todos los colores del mundo brillaban a los ojos. Y
era día de fiesta, día de la Virgen del pueblo, su patrona, que estaba de
procesión. Era increíble, tanta peripecia para entrar a la comunidad, cuando
por otro camino se podía haber llegado en camioneta. Es verdad que el pueblo
estaba frente a nosotros, no es cierto que nos estuviera esperando con su
imagen, como podía parecer, porque recibimos todas las atenciones, y en los
reclamos por los inútiles sufrimientos previos, una voz me dijo al oído:
"no ves que nos están mirando". Y pregunté: ¿Quién nos está mirando?
Miré al cielo estrellado y pensé en los dioses del antiguo Perú. Y estaba allí
su luna esplendorosa iluminándonos…
Continuará…
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